miércoles, 23 de mayo de 2012

Todo cuanto no te dije


Y allí estuvimos, la vista fija en el firmamento, la blanca espuma de las olas a nuestros pies, la luna situada a nuestra espalda y las estrellas inmóviles en lo alto. Creí que los astros se habían ordenado, que por una vez, hacían una reverencia y nos concedían una noche, un momento de felicidad pura, de luz en la oscuridad. Un momento de perfección. 
Nos quedamos callados unos segundos que se hicieron interminables yo tenía la mirada en aquel reflejo que produjo la luna llena en el agua. Embelesada por aquel peculiar espejo plateado que me reflejaba. Cuando pronuncié esas palabras, no podía apartar la mirada del reflejo de la luna en el agua, en aquel momento, yo ya no estaba segura de nada. Le di una patada a aquella pequeña ola fragmentándola en miles de gotitas que nos salpicaron las piernas. Fue entonces, cuando después de tanto tiempo, lo supe, aquella era la oportunidad que debía aprovechar. Te miré a los ojos, y supe que no tenía por qué tener miedo. Aquellas dos palabras se escaparon entre mis labios como si las hubiese dicho cientos de veces antes:
-Te quiero-susurré quedándome sin aliento-.
-Lo sé. Pero...
-¿Pero...?-todo el valor que había acumulado, se disipó en aquella respuesta, pero allí estaba yo, delante del chico que amaba dispuesta a jugar mi última carta-.
-Yo... No siento lo mismo.
-Ya lo sabía...
-¿Entonces?
-¿Puedo contarte algo?
-Claro que puedes.
-Quizás, te preguntes por qué hoy, he decidido contarte mis sentimientos. Bien, allá voy...-sonreí dándome ánimos a mí misma, ya había empezado y no pensaba detenerme, la decisión estaba tomada- Hoy, hace diez años desde la primera vez que te vi. Teníamos cinco años y mi madre me acompañó hasta la fila. Mi mejor amiga cuando me vio, vino corriendo y me contó que había llegado un niño nuevo a clase. Tú, ya estabas rodeado de niños que te preguntaban cómo te llamabas y de que escuela venías. No me acerqué, no tuve consciencia de que allí estabas hasta el día siguiente. Todos estabais jugando a fútbol, cuando de repente, oí, "¡Cuidado, balón!" Supongo que perdí la consciencia, porque no recuerdo nada hasta que abrí los ojos y me encontré con tu mirada. Eran los ojos más bonitos que jamás había visto, no habían dos iguales a los tuyos. "¿Estás bien?" me preguntaste, y me diste la mano. Fuiste el único que se quedó a mi lado hasta que desperté. Desde aquel momento, lo supe, estaba perdida. Te he querido con todo mi corazón desde el momento en el que desperté a tu lado, porque supe, que no quería otros ojos a los que mirar, ni otras palabras que me reconfortaran, ni otras manos que me ayudaran cuando nadie más lo hiciera. Eras tú y lo supe. Te quiero, y aunque tú no me quieras, no habrá montaña, ni diluvio, ni tormenta que impidan que yo te quiera.
Él, se quedó callado, apartó la mirada y por primera vez tomó consciencia de que yo le amaba, realmente, le amaba, con cada fibra de mi ser. Cerró los ojos, debía recordar aquel día, desde entonces, nunca nos habíamos separado. Cuando me volvió a mirar, atisbé duda y emoción en sus ojos.
-Lo recuerdo... Recuerdo la primera vez que te vi.-me dijo- Pero fue mucho antes de que te dieran con el balón. La primera vez que te vi, tú, estabas sentada en un banco, con tus muñecas. Llevabas dos trenzas, en vez de una, y empezaste a cantar. Era una canción que nunca antes había escuchado. Me escondí detrás de ti, en una pared que me ocultaba pero que me permitía verte. Tu voz... Te prometo que los pájaros dejaron de cantar para escucharte. Y cuando dejaste de cantar, me inundó una tristeza infinita. Sentí un cosquilleo, y unas ganas inmensas de pedirte que volvieras a cantar para mí...  Entonces, no lo sabía, pero lo sé ahora.
Los ojos se me inundaron en lágrimas, no podía creer lo que estaba escuchando. Recordaba esa canción, la había cantado miles de veces con mi padre. El corazón empezó a latirme con fuerza, queriendo hacerse escuchar.
-... ¿Qué... qué sabes?
-Que llevo perdido desde entonces.
Y nos besamos. Noté el calor de sus labios, y el sabor a miel que desprendían. Era la primera vez que nos besábamos pero parecía que lo hubiésemos hecho miles de veces antes. Tenía los pies en el suelo, pero me sentía como si estuviera a tres metros sobre el cielo. Volé, era un sueño hecho realidad, me parecía mentira que fuese verdad. Entonces me apartó, y empezó a acariciarme suavemente la mejilla con los dedos, volvió a eclipsarme con su mirada cuando retuvo mi cara entre sus manos y simplemente rozó mis labios.  Me estrechó hacia sí, y inhalé su perfume, me sentía como en casa.
-Te quiero-me susurró entre los mechones de pelo-.
Justo entonces lo oí, nuestros corazones estaban latiendo al mismo compás. Aquella noche fuimos señores de cielo y mar, fue el principio de una vida en la que ya no temíamos amar de verdad.

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