viernes, 9 de agosto de 2013

A veces, sobran las palabras

Mil emociones que estallan. Desenfrenadas. Sin control. De repente, estás ahí, has vuelto. Y me miras con esos ojos que no sé cómo han sabido siempre hablar por sí solos. Y te tocas el pelo, sonriendo tímidamente, con la cabeza ladeada.
No puedo creerlo. ¿Estás ahí o es mi subconsciente que me engaña?
La multitud te empuja, así que poco a poco vas avanzando hacia mí. Miro embobada como intentas no tropezar con nadie.
Un niño llora en los brazos de su padre, mientras que su hija le tira de la camisa pidiendo un poco de atención. Dos ancianos de la mano caminan por el paseo sonrientes. Otro, les observa, recordando en su mente otros tiempos, tal vez mejores, tal vez peores. Tres chicas caminan, contoneándose, creyendo ser las reinas del mundo, como cree uno que lo es a su edad. Un chico las mira, embobado. Una de ellas se gira y le ve, y todas ríen. Una pareja se mira largamente, pero no sonríen, no dicen nada, como si su amor se hubiese enfriado hace tiempo.
Y tú sigues caminando hacia mí, finalmente con paso decidido. Llegas donde estoy yo y pronuncias mi nombre. Había olvidado el sonido de tu voz. Pero de nuevo, igual que el primer día, mi corazón responde con mil latidos por segundo. Yo no quiero ser tuya, no quiero que seas mío. Quiero que seamos nuestros. Simplemente, que de vez en cuando, nos echemos de menos.