Y allí
estuvimos, la vista fija en el firmamento, la blanca espuma de las olas a
nuestros pies, la luna situada a nuestra espalda y las estrellas inmóviles en
lo alto. Creí que los astros se habían ordenado, que por una vez, hacían una
reverencia y nos concedían una noche, un momento de felicidad pura, de luz en
la oscuridad. Un momento de perfección.
Nos
quedamos callados unos segundos que se hicieron interminables yo tenía la
mirada en aquel reflejo que produjo la luna llena en el agua. Embelesada por aquel
peculiar espejo plateado que me reflejaba. Cuando pronuncié esas palabras,
no podía apartar la mirada del reflejo de la luna en el agua, en aquel momento,
yo ya no estaba segura de nada. Le di una patada a aquella pequeña ola
fragmentándola en miles de gotitas que nos salpicaron las piernas. Fue
entonces, cuando después de tanto tiempo, lo supe, aquella era la oportunidad
que debía aprovechar. Te miré a los ojos, y supe que no tenía por qué tener
miedo. Aquellas dos palabras se escaparon entre mis labios como si las hubiese
dicho cientos de veces antes:
-Te
quiero-susurré quedándome sin aliento-.
-Lo sé.
Pero...
-¿Pero...?-todo
el valor que había acumulado, se disipó en aquella respuesta, pero allí estaba
yo, delante del chico que amaba dispuesta a jugar mi última carta-.
-Yo...
No siento lo mismo.
-Ya lo
sabía...
-¿Entonces?
-¿Puedo
contarte algo?
-Claro
que puedes.
-Quizás,
te preguntes por qué hoy, he decidido contarte mis sentimientos. Bien, allá
voy...-sonreí dándome ánimos a mí misma, ya había empezado y no pensaba
detenerme, la decisión estaba tomada- Hoy, hace diez años desde la primera vez
que te vi. Teníamos cinco años y mi madre me acompañó hasta la fila. Mi mejor
amiga cuando me vio, vino corriendo y me contó que había llegado un niño nuevo
a clase. Tú, ya estabas rodeado de niños que te preguntaban cómo te llamabas y
de que escuela venías. No me acerqué, no tuve consciencia de que allí estabas
hasta el día siguiente. Todos estabais jugando a fútbol, cuando de
repente, oí, "¡Cuidado, balón!" Supongo que perdí la consciencia,
porque no recuerdo nada hasta que abrí los ojos y me encontré con tu mirada.
Eran los ojos más bonitos que jamás había visto, no habían dos iguales a los
tuyos. "¿Estás bien?" me preguntaste, y me diste la mano. Fuiste el
único que se quedó a mi lado hasta que desperté. Desde aquel momento, lo supe,
estaba perdida. Te he querido con todo mi corazón desde el momento en el que
desperté a tu lado, porque supe, que no quería otros ojos a los que mirar, ni
otras palabras que me reconfortaran, ni otras manos que me ayudaran cuando
nadie más lo hiciera. Eras tú y lo supe. Te quiero, y aunque tú no me quieras,
no habrá montaña, ni diluvio, ni tormenta que impidan que yo te quiera.
Él, se
quedó callado, apartó la mirada y por primera vez tomó consciencia de que yo le
amaba, realmente, le amaba, con cada fibra de mi ser. Cerró los ojos, debía
recordar aquel día, desde entonces, nunca nos habíamos separado. Cuando me
volvió a mirar, atisbé duda y emoción en sus ojos.
-Lo
recuerdo... Recuerdo la primera vez que te vi.-me dijo- Pero fue mucho antes de
que te dieran con el balón. La primera vez que te vi, tú, estabas sentada en un
banco, con tus muñecas. Llevabas dos trenzas, en vez de una, y empezaste a
cantar. Era una canción que nunca antes había escuchado. Me escondí detrás de
ti, en una pared que me ocultaba pero que me permitía verte. Tu voz... Te
prometo que los pájaros dejaron de cantar para escucharte. Y cuando dejaste de
cantar, me inundó una tristeza infinita. Sentí un cosquilleo, y unas ganas
inmensas de pedirte que volvieras a cantar para mí... Entonces, no
lo sabía, pero lo sé ahora.
Los ojos
se me inundaron en lágrimas, no podía creer lo que estaba escuchando. Recordaba
esa canción, la había cantado miles de veces con mi padre. El corazón empezó a
latirme con fuerza, queriendo hacerse escuchar.
-...
¿Qué... qué sabes?
-Que
llevo perdido desde entonces.
Y nos
besamos. Noté el calor de sus labios, y el sabor a miel que desprendían. Era la
primera vez que nos besábamos pero parecía que lo hubiésemos hecho miles de
veces antes. Tenía los pies en el suelo, pero me sentía como si estuviera a
tres metros sobre el cielo. Volé, era un sueño hecho realidad, me parecía
mentira que fuese verdad. Entonces me apartó, y empezó a acariciarme suavemente
la mejilla con los dedos, volvió a eclipsarme con su mirada cuando retuvo mi
cara entre sus manos y simplemente rozó mis labios. Me estrechó hacia sí, y inhalé su perfume, me sentía como en
casa.
-Te
quiero-me susurró entre los mechones de pelo-.
Justo entonces lo oí, nuestros
corazones estaban latiendo al mismo compás. Aquella noche fuimos señores de
cielo y mar, fue el principio de una vida en la que ya no temíamos amar
de verdad.