sábado, 3 de diciembre de 2011

El país de Nunca Jamás

No sé como tengo tanta facilidad para cuando me encuentro en lo más alto, siempre hay algo me empuja al acantilado. Me asomo y solo encuentro vacío, un vacío que me entra por los pulmones y me impide respirar. Y todo a lo que temo está allí abajo esperándome. Diciéndome que salte, animándome a hacerlo. Pero aún así todo aquello que quiero me estrecha contra sí y es lo único que me mantiene firme diciéndome que todo saldrá bien, que no hay que tener miedo, que hay que ser valiente. Entonces es cuando me decido a saltar, y cuando lo hago, me hundo en toda esa tristeza y soledad, cojo mi espada y mi escudo y no hay quien pueda conmigo, lucho hasta agotar mis fuerzas, empleo todo mi sudor y mis ganas por poder ver tan solo un poco de luz al final. Y no me rindo. Nunca. Resisto y no hay quien me detenga. 
Pero esta vez, cogí mi paracaídas, decidí no rozar el suelo sino saltarlo. Pensé que ya era suficiente, que ya me había cansado de todo aquel dolor y que si esta vez tenían ganas de pelear serían ellos los que tendrían que encontrarme porque no era yo quien saldría a buscarlos. Sino que esta vez, era tiempo de buscar felicidad, ilusión y esperanza, aprovechar cada instante, sonreír a cada momento, tiempo de amar, de vivir, de disfrutar. De no pensar, de arriesgarse, de coger un cohete al país de Nunca Jamás y no volver, dejar de crecer. Porque aunque no lo parezca, cuanto más mayor eres, más se complica todo. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario